Columna de Fernanda Valenzuela, Día Internacional del vino en moderación

El vino es una bebida que vive en nuestra memoria como chilenos y sin duda alguna el quehacer vitivinícola forma parte de nuestra cultura y patrimonio nacional. Los paisajes geográficos, prácticas productivas y su amplia diversidad existente son bienes culturales relevantes, que debieran ser valorados por quienes convivimos a diario con su herencia y por supuesto nos enorgullecemos de su amplio reconocimiento internacional.

Ahora bien, quienes nos desempeñamos en la educación superior reconocemos que la transmisión de esta dimensión cultural es cuando menos ardua. Primero, porque el enseñar sobre vinos implica abarcar las múltiples perspectivas que le dan sentido tanto a su existencia como trascendencia, entre las cuales se cuentan disciplinas científicas, técnicas, comerciales, históricas, humanísticas por nombrar solo algunas de ellas. Luego, lo anterior se complejiza aún más (al mismo tiempo que aumenta su atractivo sin duda), cuando hay que  dar un contexto a la presencia de vino en el mundo de las artes culinarias y la hospitalidad. Y es aquí donde notamos hace años, que se hace indispensable entregar una educación integral a quienes se van a desenvolver profesionalmente en dichos sectores. Esto, porque no basta con desarrollar en los/las estudiantes competencias y habilidades específicas para el mundo laboral, si no es sumamente necesario que cada uno/a al egresar posea también una visión global intercultural, que no sea excluyente de un desempeño ético, sostenible y responsable de su parte.

De este modo parece evidente que el mayor desafío de esta formación es asumir, que la atención estará puesta en una bebida alcohólica, que no por significativa deja de exigir la debida precaución y conciencia al abordarla. Adicionalmente, cuando las metodologías y didácticas consideradas promueven de forma activa en los/as estudiantes el experimentar y analizar sensorialmente el vino, se nos hace imposible pasar por alto la delicada línea que divide la moderación respecto del exceso en el consumo. Y es en ese punto donde todo esfuerzo que podamos hacer desde el aula, contemplando por ejemplo un dimensionamiento ajustado de la cantidad de botellas por sesión y sus respectivos volúmenes de servicio, así como incentivar firmemente a realizar mínimas ingestas de forma controlada, vale la pena en pos de lograr un proceso de aprendizaje adecuado.

Por lo mismo, reflexionando en torno a la pregunta que nos convoca a escribir estas líneas, las motivaciones tras la formación en el consumo consciente y responsable de vinos deben responder inicialmente a la amenaza siempre latente, que plantea el abuso en el consumo de alcohol. Pero éstas no pueden quedarse sólo ahí, sino que es sumamente relevante que hagan eco de la demanda creciente del mundo vitivinícola, desde sus ámbitos vinculados al servicio y turismo, por contar con profesionales que comprendan el trasfondo detrás de cada copa de vino, la trascendencia que éste tiene para el desarrollo de cada territorio y su respectiva comunidad. Personas que por lo demás puedan valorar no solo los atributos únicos que cada vino chileno posee, si no que asuman el compromiso de ser parte de su presente y desarrollo futuro.

Fernanda Valenzuela

Docente Culinary

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